Una Invitación Perdida
El
descuido de Jaime no se quedaba en sus objetos personales, el joven lo
extendía a todos los ámbitos de su vida. Cuando los profesores le
indicaban una tarea, el olvidaba hacerla, o la hacía en cualquier
cuaderno y luego no sabía dónde la tenía. También tenía problemas a la
hora de guardar información en su computador, pues jamás nombraba las
carpetas para guardar la información, de modo que tenía un caos
infinito de carpetas irreconocibles.
En
ocasiones, el adolescente se sentía muy triste y frustrado por los
problemas que le ocasionaba su desorden, como cuando su abuela le
regaló una suma de dinero importante para que se comprara una
motocicleta, pero la perdió entre el caos terrible de su dormitorio y
pasaron años antes de que alguien encontrara nada.
Pero
como la vida siempre está dispuesta a darnos lecciones, Jaime tuvo que
aprender finalmente, pero de la peor manera. Cuando llegó la fiesta de
graduación de la secundaria, se presentó la oportunidad de invitar a la
joven de la cual había estado secretamente enamorado durante años. Era
la chica más hermosa de la ciudad y todos querían conquistarla.
Era
tan popular que podía darse el lujo de ser muy exigente y por
diversión, solía poner a sus galanes a prueba. No eran pruebas
sencillas, sino todo lo contrario, por eso, cuando Jaime finalmente se
decidió a invitarla, debió sufrir las consecuencias. Era bastante
tímido, así que envió la invitación a su correo electrónico y ella le
contestó que lo acompañaría si podía hacerle el poema más hermoso.
El
pobre Jaime se las vio en figurilla para resolver su prueba. No quería
ser desleal y pedir a alguien que escribiera el poema por él, de modo
que lo hizo de la manera correcta. Leyó a los grandes poetas de la
historia y pidió ayuda a su profesor de literatura, pasó muchísimas
horas creando versos y destruyéndolos, hasta que logró un poema que le
convenció. Encomendándose a las musas, Jaime le envió el poema a su
amada, rogando que le gustara. Y así fue.
La
joven le contestó que aceptaba la invitación y como no lo conocía,
pedía que le recitara de memoria el poema en la fiesta para saber que
era él. Jaime quedó encantado con la respuesta, le parecía muy
romántica la idea de acercársele recitando su poesía.
Pero
como les dije, la vida nos da lecciones. Cuando llegó el día antes de
la fiesta, Jaime se dispuso a memorizar su poema, pero no lo encontró.
Buscó nuevamente, utilizó los buscadores, revisó en su correo, pero
nada. En ninguna parte estaba el poema. Y no era de extrañarse, ni el
mejor experto programador podría ordenar aquel desastre informático. El
muchacho pasó las siguientes veinte horas buscando su dichoso poema sin
éxito. Tampoco podía recordar ningún verso del mismo, como para
intentar salir del paso. Todo era inútil. Desconsolado, se bañó y se
vistió para asistir a la fiesta con la esperanza de poder solucionar su
situación.
Cuando
llegó a la fiesta, la joven de sus sueños estaba rodeada de admiradores
como siempre, pero se dijo que intentaría de todas formas convencerla
para escucharlo. Se acercó hasta ella y le dijo quién era. La joven lo
miró seriamente y le pidió recitar el poema, cosa que todos los
admiradores escucharon y aprovecharon para tomar alguna ventaja. Al
instante se improvisaron como veinte poetas que recitaban versos
disparatados y no tanto, incluso alguno logró recordar algún poema
célebre y con él impresionar a la joven.
El
pobre Jaime era el único que no atinaba a decir nada. Pero la joven
decidió darle otra oportunidad y le pidió que recitara lo que su
corazón le dictara. Y fue lo que hizo el joven enamorado, pero con muy
mala pata, porque de sus labios brotaron toda clase de tonterías
incoherentes que nadie llegó a comprender, pero que provocaron las
burlas de todos los presentes. La humillación fue tan grande, que Jaime
salió corriendo de la fiesta y ya no regresó, a pesar de que la joven
lo animaba para que no se sintiera mal.
Fue
de esta triste manera que Jaime comprendió que el desorden no nos ayuda
en nada, pero por el contrario, puede hacernos pasar momentos terribles
al perder lo que más nos importa.
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